Esto es mejor que anunciar una reedición. Es la razón para seguir escribiendo. Me emociona mucho.
Estimada Señora Keselman:
Soy padre de dos niños (de 3 y 2 años de edad) a los que junto con
su madre intentamos inculcarles el gusto por la lectura, tanto en casa
como en la biblioteca (vivimos en Almería).
De entre los libros que vamos conociendo hay varios suyos (espero ir
pudiendo leerlos todos) por los que le felicito y abuso de su
paciencia contándole lo que me ha pasado esta mañana al llevar al
colegio a Francisco (el mayor, de 3 años):
Como llovía, llevaba a mi hijo en brazos y, mientras me acercaba a
la puerta de la clase, le iba advirtiendo «ten cuidado cuando salgais
en el recreo, que hoy está todo mojado, no vayas a resbalarte». Al
llegar a la puerta, saludamos a su profesora, le saco la botellita de
agua de la mochila, como siempre, le doy un beso y nos despedimos.
Después, al alejarme dos pasos y volverme para decirle adiós con la
mano, veo que él está más pendiente de mí que otras veces. Normalmente
entra rápido y se pone a jugar con sus compañeros pero ahora me está
mirando con los ojos muy abiertos (no triste, pero serio) y
acercándose a la puerta dice algo que no escucho. Me acerco y repite:
«Un beso y un abrazo por mi parte» (no sé de dónde ha sacado esa
frase). Yo, emocionado, lo abrazo y le beso y entonces me vuelve a
mirar: «¡Y dime que tenga un día feliz!», me dice. Y yo, aguantándome
las lágrimas para no dar mucho espectáculo en la puerta de su clase,
se lo he dicho y me lo he comido a besos, que no sé qué pensará su
profesora de semejante padre histérico…
No se nace sabiendo ser un papá mago. Pero libros tan bonitos como
los suyos nos ayudan a ir aprendiendo. Y además nos permiten compartir
con nuestros hijos momentos tan lindos como éste que le he contado.
Muchas gracias por su paciencia al leerme.
Que tenga usted un día muy feliz,